7 de febrero de 2008

A LA VERA DEL MALECÓN


Me encuentro con mi amigo Humberto en una Habana tórrida y llena de mar, por la que transitamos hasta llegar a un malecón contrito pero lleno de bellezas prietas con baile en la mirada.

En un momento determinado él me dice que se ve como Diego de Torres Villarroel tal como se retrata en su libro "Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras":

"A mi parecer soy medianamente loco, algo libre y un poco burlón, un mucho holgazán, un si no es presumido y perdulario incorregible, porque siempre he conservado un aborrecimiento espantoso a los intereses, honras, aplausos, pretensiones, puestos , ceremonias y zalamerías del mundo".

Después de esta imprevista declaración narcisista -muy propia de los artistas, que tienen que cargar con ella si quieren seguir siéndolo- trae a colación lo que verdaderamente le preocupa, que es el objeto de su propia vida, y que Paul Valéry describió en su día:

"El artista reúne, acumula y compone "in a material medium" un número de deseos, intenciones y condiciones recibidas por todas partes: en su mente y en su ser. Ora piensa en su modelo; ora en sus colores, sus esencias, sus tonos; ora en la carne misma; ora en la tela que absorbe su pintura. Pero todas estas atenciones independientes están, por necesidad, unidas en el acto de pintar, y todos esos distintos momentos -dispersos, recapturados, proseguidos, quedados en suspenso, perdidos otra vez- forman un cuadro en sus manos".

Estas palabras reflejan casi fielmente el proceso de la creación, el alumbramiento de lo que nuestros ojos hasta ese instante no encontraban y que posteriormente verán con gran pasmo y sorpresa.

Pero Humberto, aterido de angustia, me explicaba que todavía estaba en el trance de agarrar ese instante, pues ya era mucha la holganza que le provocaba tanto ébano y poca la que de verdad le nutría. Pues eso pienso yo también y tengo al malecón por testigo.

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