2 de mayo de 2008

CRUZ GASTELUMENDI


La Santa Compaña, hasta ahora en tierras gallegas, ha reaparecido en Perú gracias a este joven artista de allí, Pablo Cruz Gastelumendi, que con un dibujo que reivindica la perfección fría, glacial, de un mundo onírico mediante una escenografía escalofriante, nos conduce a integrarnos en esa procesión de almas en pena que desde el reino de la sombras forman un entorno fantasmal que ciega nuestra vista pero contempla nuestra mirada.




La atmósfera, recreada por ese claroscuro tenebroso que inunda toda la superficie y que la hace más penetrante, consigue que la comitiva, con sus espectros, perfile una coreografía de premoniciones de muerte, de abismos sumidos en la crueldad, el desconsuelo, la fealdad y el horror.



Pero al mismo tiempo, de esa representación emanan sentimientos de un patetismo y una compasión inevitables hacia unos espíritus condenados a vagar eternamente, ya que no son acreedores de ninguna salvación ni de ninguna redención.


El artista, dotado de grandes recursos estilísticos y de una gran habilidad en su uso, ha ido más allá de lo que cabría suponer, tanto es así que él mismo se habrá visto sorprendido por el impacto de una obra que es producto de un delirio: el de traer a nuestra mirada lo que nunca debería haber salido a la luz.


Mi amigo Humberto y yo, ánimas en cortejo por un malecón nocturno plagado de aparecidos como nosotros, caminamos con dos cirios encendidos que iluminen a los espíritus que nos escoltan, pues son tan negros que no podemos verlos hasta que trasegamos unas buenas dosis de caña letal. Sólo entonces advertimos que la muerte es mestiza y sus labios matan.


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