26 de mayo de 2008

PIERO DI COSIMO


En todas la épocas, afortunadamente, han existido pintores heterodoxos que nos han dejado una interrogación en la mirada y una intriga en el intelecto.


Piero di Cosimo es uno de ellos y su obra, La muerte de Procris, concita innumerables preguntas gracias a una representación plástica tan cuidada, tan plagada de detalles compositivos y técnicos que bien sirvieron de modelo estético para todos sus sucesores.


La escena está sabiamente estructurada entre niveles, describiendo el más cercano el núcleo del tema, que se horizontaliza en su centro y verticaliza en sus extremos, con tres figuras, que van desde el cuerpo yacente de un ser humano -mujer-, otro híbrido -fauno-, y uno animal -perro-. ¿Qué encierra un trío tan dispar en una época tan atenazada por los misterios, los enigmas, las ocultaciones?


Estas tres criaturas, unas de ellas moribunda, están modeladas con una frialdad y ausencia de dramatismo insólitas. Constituye la belleza de una mitología o leyenda que estaba predestinada a ser configurada al margen de las etiquetas convencionales de la época, a ser la simbología de una muerte desgarradora por la maldad de una sociedad ambiciosa y cruel. Era mejor morir que vivir, por eso no hay tristeza ni melancolía en los ojos de los personajes. Éstos ya sabían que éste era el final de un destino.


El segundo nivel encuadra una orilla donde se pasean y juegan perros, garzas y un pelícano, cuya arena de oro hace que traspasemos en un posterior instante el primer plano y nos deleitemos con ese paraje tan placentero que reafirma lo visto anteriormente. No hay tragedia, sólo un trance que con la muerte alcanza un mejor fin. Por eso esa separación con el escenario del fondo. El autor nos señala dos mundos claramente definidos.


El tercer y último nivel, en esa larga perspectiva propia de la pintura renacentista, rompe las tonalidades frontales, para impregnar de un azul también frío un paisaje urbano y marino distante. Con eso quizá el artista quiso significar el origen de ese mal -ciudades que se debatían entre el poder, la fe, la crueldad y la condena- que se simboliza en la víctima yacente dentro de esa secuencia estática que domina el lienzo.


En definitiva, he intentado una interpretación tan heterodoxa como la mentalidad del autor, Piero di Cosimo, conocido por sus invenciones y extravagancias siempre nuevas y sugestivas. Propenso a lo macabro, lo morboso y lo insólito, su obra muestra una predilección por los seres híbridos, las quimeras, los dragones y los monstruos marinos deformes y extraños. Nunca permitía que le vieran trabajar y ni siquiera dejaba que barrieran su taller. Obsesionado con la alquimia durante toda su vida, ésta le causó su ruina y le sumió en la pobreza a su vejez.


Percibo hoy tristeza en el malecón, no hay faunos ni sirenas, ni cantos ni danzas, una melancolía como niebla lo inunda todo y ni siquiera mi amigo Humberto y yo alcanzamos a vernos. Tanta bruma humedece las tinieblas y cuando éstas aparecen, los alaridos forman una ola de pavor que nos obliga a refugiarnos en talleres en que se pinta sin luz.

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