6 de mayo de 2009

JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ

Regreso de nuevo a José Álvarez Vélez, el intuitivo artista alavés, desde la libre percepción que me permite una adecuación de lo mitológico personal (Gaya Nuño) en el momento de confrontar una obra que se abre y se cierra en sí misma, consiguiendo que lo aprehendido lo abarque ansiosamente todo (una abstracción, como dice Ramón Gaya, es hija del anhelo de bucear en el fondo de toda pintura).

Lo contingente de su trabajo hace posible la simultaneidad de lo tangible y de lo intangible, siendo esto último el soplo que invisible impulsa la energía necesaria, tanto en oleadas centrífugas como centrípetas.

Y tras unas fases previas de ejercicio del oficio -y aquí hay mucho- y de la capacidad para penetrar, todas ellas, con desparpajo y sintonía, desembocan en un tropel de clamores cromáticos que dinamizan oreando, estructurando e infundiendo ser a aquello que se enfrenta a nuestra mirada desde un orden plástico que ampara el encanto que se manifiesta a través de esa sinfonía coral.

Gaya expone la suposición de que en la pintura abstracta el color aspira a tanto goce vital como el que nos proporcionaron los venecianos y los impresionistas.

Álvarez Vélez es uno de los grandes abstractos de este país y ya forma parte de mi particular y personal selección, y en virtud de mi propia y exclusiva cuenta.

Repican a muerto en el malecón. Los cantos fúnebres nos envuelven en su patético adiós. Humberto y yo, en nuestra esquina, nos limitamos a beber ron con rencor y malos augurios.



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