4 de mayo de 2009

JUAN MUÑOZ

El escultor español, tristemente desaparecido, Juan Muñoz, está en el Reina Sofía. Allí han dispuesto un repertorio que conforma un macrocosmos incontrovertible que es el retrato de nuestro yo en otro.

Es un yo desplegado en un cónclave de silencios, de miradas recíprocas, de diálogos secretos y enmudecidos. Un nosotros escenificado como una dramaturgia estática, quieta, que nos domina y nos prefiere callados, sobrecogidos, con el estupor atónito del que empieza a creer por primera vez.

Juan Muñoz, a través de esas criaturas, tal guerreros de terracota, recrea una liturgia para los que están obligados a ver, a tocar, a volver a nacer, a no pedir palabras sino susurros huecos que reverberan en un eco que se pregunta quienes somos. Si acaso ellos que nos contemplan fijamente porque ya saben la respuesta.

Es más que una mera exposición, es la vida de un murmullo que no deja de latir.

El malecón nos señala a Humberto y a mí un rincón, harto de divisarnos recorriendo su ser agorero. El sitio es tan pequeño que según entrábamos en él ya estábamos saliendo. No podíamos sentarnos ni agacharnos, varias gaviotas nos cagaron y algunos perros nos mearon. Dos espléndidas mulatas, entre risas, nos preguntaron si éramos bajitos de sal. No tuvimos más remedio que presentar una queja pero sólo nos sirvió para que nos castigasen a vivir en silencio y sin ron. Siempre somos los mismos perdedores y además sedientos.



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