15 de junio de 2009

HELEN FRANKENTHALER

Esta artista estadounidense perteneció al movimiento abstracto postpictórico y estuvo casada con Robert Motherwell.
Pionera de los campos de color, diluía la pintura con trementina o queroseno para que así el lienzo lo absorbiese y éste fuese una mancha que empapase la atmósfera, que recrease ingrávidamente el espacio hasta conseguir flotar en él.

La técnica y su virtuosa aplicación es la clave oculta de la obra, la que al final no se ve y se detecta tan sólo en las gamas cromáticas que parecen nadar sobre la superficie inmaterial, que nos invitan a penetrar en esas masas frías o calientes que en su dinamismo nebuloso concitan ámbitos de recogimiento y sosiego.


Ante estos lienzos nuestra reacción es física, los propios sentidos son despertados por amaneceres o crepúsculos inéditos que nos sitúan en climas desconocidos, sintiendo el descubrimiento de otros entornos, reconociendo nuevos cosmos o transitando por los rumbos que siempre habíamos deseado tomar.

Con ella el espíritu también tiene ocasión de hallar su disolución, de hacerse poroso, de prepararse para su suspensión líquida en partículas insolubles, con el fin de estar al final en un mismo son e idéntico baile.

Humberto choca las palmas de las manos y recita:
"Tín, marín, de dos pingüé, cúcara, mácara, títere fue". Pero el Malecón no dejó volver el agua.



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