18 de septiembre de 2009

DAVID SALLE (1952)

Es un dinamismo de animación que no deja margen ni espacio para que la mirada tome una pausa. El artista norteamericano Salle concibe la pintura como un torbellino en perpetua ebullición de imágenes que se interrogan y complementan entre sí. Y con ello se propone llegar a un estadio en que toda la recopilación y sinopsis son posibles sin que la profusión iconográfica se desvíe de su meta tangible. Es la ambición de llegar a lo absoluto pero conservando la ironía por si tal logro es imposible.
La arriesgada carga cromática ha absorbido la precisión de peripecias y hazañas precedentes, ha dimensionado en destellos y resplandores unos episodios, y en otros ha dejado que su fecundidad se haya movido con el ritmo que necesitaba.

Obra exuberante y rica en sucesos que nos transporta sobre una marea plagada de imaginarios, de iluminaciones, de retablos en que se aposentan encarnaciones revestidas de falsa solemnidad, de una plasticidad que no para de morderse la cola.
  • Te estás fumando la vida, amigo Humberto, le digo. Es que en este Malecón, me responde, los sudores maquillan la razón y los ojos lloviznan. Mejor callarse, le comento, hay ventanas con orejas y orejas con ventanas.


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