7 de octubre de 2009

CARMELO ORTIZ DE ELGEA (1944)

  • Cuando se transita con el ojo pendiente de como sería la simetría de un entorno si se desnudase en sus rasgos plásticos esenciales, queda la duda de que la concepción pictórica que guía esa construcción no manifieste más que un enmascaramiento que desvirtúa una realidad que estaba en la retina.
    • El vasco Ortiz de Elgea seguro que siempre tuvo estas dudas, son como espasmos que alientan y desalientan, pero sus referencias visuales no habían perdido su claridad y nitidez, motivo por el cual supo como plasmarlas y no extraviarlas en una nada investida de nada.

      • Y así bosquejó una obra en que trazos, marcos y atributos se explayan en una vivencia cromática que configura territorios en los que la mirada se pasea entre paisajes que saben al perfume de acogida de un sueño intuido a la vera de uno mismo.

      • Sin embargo, lo que también es significativo es que su trabajo lo reabsorbió hasta hacerlo un intérprete que secundaba la inmanencia y dejó que ella lo orientara y lo transportara en aras a culminar un hacer que tiene la trascendencia del saber pintar lo que ver.

      • Mi amigo Humberto y yo no paramos de hacernos preguntas en nuestra esquina del Malecón, casi siempre en voz baja porque las respuestas las exigen que sean en voz alta. Y las cuestiones son invariablemente las mismas y tantas como cada una de nuestras arrugas. Menos mal que el ron nos resguarda de sospechas.



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