15 de junio de 2010

ENZO CUCCHI (1949) / YA NO HABREMOS DE BAILAR

  • A propósito de la Transvanguardia italiana se puede citar aquella frase de Fernando Castro Flórez, relativa a que esa capacidad de la pintura para resistir al tiempo, incluso para ganar fuerza con las huellas que éste deja sobre ella, la convierte en una particular trinchera para oponerse a la lógica de los no lugares que impone nuestra sociedad del espectáculo.
    • ¿Exageraríamos, entonces, si afirmáramos que no creer en la pintura es no creer en sí mismo? Pésima pregunta para hacerla desde planteamientos suburbiales bajo los que no podemos ni debemos erigirnos en jueces o comisarios de la ontogénesis, pues simplemente por medio de nuestros restos sólo dan licencia para acotar espacios, y eso si podemos, y regar aporías para que no se queden solas.

      • El italiano CUCCHI no es un pacificador, más bien se va de la lengua para que al plasmar los confines mortales ésta consiga engañarlos. Y de paso nos obliga, con la mirada centrada en el olor de la textura, a ver si una representación alcanza la lucidez de declinarse ante la carne a fin de que no aparezca, para que la apropiación sea ese espíritu de muerte que entre tonos vivos se agita en claros o en penumbra.


        • Hay momentos en que al Malecón se le sube en demasía la soberbia y no hay forma de estirarlo. Ni siquiera nuestra mulata Mercedes, que fulmina con sólo un parpadeo de su pestaña central, es capaz de desarrugar ese ceño marcado por el odio. Mi amigo Humberto y yo, arrastrando a la joven pirotécnica, huimos de allí aspirando un aguardiente de ron que sabía a mar de ondinas ahogadas.









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