14 de marzo de 2012

MOISÉS FINALÉ (1957) / LO DOY POR CIERTO

  •  Cuba por antonomasia es un puro predicamento plástico. Y sus artistas auténticos cofres de fulgurantes universos entre la luz y el mito, entre las raíces autóctonas y el febril impulso exterior, dilatando revelaciones y descubrimientos que pasan a ser improntas culturales de todo un continente.  
  •  Por ello el cubano FINALÉ conforma su pintura como si estuviésemos en un paraninfo políglota y telúrico, en el que la hibridación con lo clásico hubiese adquirido la textura de una visión que se enreda en su misma génesis, que es ella en su naturaleza la que maridase la voluntad creadora, su código de entendimiento, con el tiempo de vida pasado y presente.    
  •  Si el significado de la representación juega con lo solemne, el espacio de lo significante cobra la dimensión rotunda que envuelve personajes, signos y símbolos.  Es una visita en que el color ayuda a que estemos con la reflexión en reposo, sacrifiquemos momentos a la contemplación y nos quedemos confrontado sin acritud las viejas contraseñas y los nuevos hábitos. De ser una superficie pintada que lo sea desde esas claves, las que cruzan toda América Latina bajo un santo y seña.     

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