19 de noviembre de 2012

FELIPE ALARCÓN ECHENIQUE (1966) / LOS HIJOS DE MARÍA


  • Desde el Caribe las fuentes religiosas no se ven como las epifanías de origen europeo y cristiano a las que estamos acostumbrados, sino como una dicción étnica, insular, mixtificada y extasiada entre lo animista y lo vitalista. En ellas, tomando las palabras de Lezama al revés, la muerte nunca dejará de ser sonido y la sombra se hará carnaval de larga eternidad.

  • En esta obra, un tríptico, "los hijos de María", el hispano-cubano FELIPE ALARCÓN construye alegóricamente las raíces del ser en una tierra, en un cosmos que conforma etnia, historia, cultura y estética, que llora desde una tumba que nunca está inclinada, lo que germina esa configuración de prismas, tan propia del autor, que se van sucediendo según se van generando, pues unos son la consecuencia de otros y esos otros serán fruto de los que ya está a punto de aparecer en un sueño interminable de formas y existencias. La fisonomía coral tiene en lo horizontal inferior la gama cromática y tonal de ultratumba, la vida se ha juntado con la muerte y son una misma esencia que tiene en María un dios indiferente -lo que se percibe en esa mirada ciega-.

  • Pero si nos fijamos en el horizonte superior, el asomo del cielo es escaso, aunque azul y claro, y no necesita iluminar el tronante fragor de abajo; las montañas están pálidas y no generan perspectiva, tampoco hace falta que lo hagan. Esa intencionalidad organizadora es la que desvela que la burla ha terminado, que lo que se habita es otro barco y ése está tomando rumbo al destierro en una urna. Que al abismo, evidente es que no ha lugar a más dudas ni recelos, se baja venerando unos pocos la ceguera, el vidrio y el agua de los ojos de María, o dando alas a las mansedumbres invictas, sean o no mestizas, o pintando los misterios redentores de cuerpos insepultos pujando por una perpetuidad de ron y amor secreto.

  • Es una figuración cuya melodía plástica es la depuración de muchos elementos, si bien los que al final toman la rienda que lleva a la diversidad y al tambor de cabalgata, están perfectamente estructurados, y si alguno ha sido violado o se ha escondido deja el hueco o un perfil del que exhala el temblor y la huella incapaz de ser olvidada.   

  • Qué alegría, qué alegría,
  • qué majestuosa tristeza esa unión
  • de la respiración misteriosa,
  • entre la transparencia que se recibe
  • y la exhalación de las entrañas
  • que se devuelve.
  • Esa es nuestra morada,
  • la pureza que se recibe
  • y la siniestra semilla que se hunde.
(José Lezama Lima).              

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