12 de junio de 2008

EL SUEÑO DE UNA CALAVERA


Luis Fernández, pintor nacido en Asturias a la que abandonó muy pronto, conjura con esta obra una dimensión que le permita acceder a la sensación de tentar la verdad de nuestra mortalidad.


En sus calaveras se perfilan ángulos, contornos, prismas, que modelan un pictograma en claroscuros hasta no inferir si es el desnudo de una cabeza o lo que paulatinamente se ha formado ensamblándose internamente y emergiendo de un fondo oscuro, el de una capilla de ánimas desaparecidas.


En todo caso, construye la belleza fría de estos cráneos con esa luz de crepúsculo y esa marea de color estática,como la reflexión de una contradicción entre lo que se deja y lo que nos llevamos. Y él sostiene que la armonía, la gracia y la perfección no deben ausentarse ni cuando ya somos una simple osamenta.


Obra que apacigua temores pero no dudas, que es símbolo de fugacidad pero perenne en su estética para que haya una continua meditación. El pintor convino en llevarla a cabo pintando la magia de esa caja ósea en repetidas ocasiones porque en cada una de ellas subyacían, en paz y sosiego, sus propias preguntas y respuestas. Y quizás también las nuestras.


Hoy el malecón solloza de tanta maldad. Olokun desencadenó un mar áspero que pisotea las entrañas de los moradores que suplican una caricia de sal. Los orishas Elegguá, Oggún, Ochosi, Osun, no están para defendernos. Mi amigo Humberto y yo, despavoridos, fuimos a echarnos los caracoles. Los suyos se mantuvieron mudos, los míos pintaron una cruz blanca y una línea oscura, señal de que mi tiempo se va acabando.

11 de junio de 2008

POST MORTEM


El artista asturiano Juan Carlos Carrasco, en su exposición "POST MORTEM" recientemente inaugurada en Gijón, ha iniciado su aventura partiendo en cierto sentido de una cercana referencia a las singladuras formales y conceptuales en que se embarcó la "Nueva Objetividad" alemana, el realismo mágico o incluso De Chirico (por algo había que empezar), para construir su propio proyecto, que al mismo tiempo lo circunscribe a la contemporaneidad más visible y emblemática a través de formatos ópticos cuya vocación estilística es situar la imagen como signo de una cultura señalada por el impacto reverencial a la virtualidad de la imagen.

Con ello, introduce el mensaje visual de una concepción plástica que tiene al hombre como su principal objeto, como su más obsesiva alegoría, investida de espacios de luz que revisten una envoltura cosmológica.

Por eso, hay cierto sarcasmo, cierta ironía, pero también compasión, distanciamiento, juego, escepticismo, en el dibujo de esos seres antropomórficos, asexuados, que no son conscientes de su condición mortal, ni de una naturaleza que les deja indefensos ante su fin.

Los planos cromáticos luminosos son el contorno de una fábula desmitificadora que nos conduce a aquellos que son nuestros miedos más íntimos, más inconfesables, y no deja de haber por ello un propósito festivo, jocoso, que induce a la mirada a un esfuerzo de introspección para hallar el testigo de la fe en un destino en el que no se quiere pensar.

Obra que hace de la paradoja una visión que deslumbra por sus amplios planos, por sus abiertas perspectivas, por sus apiñadas criaturas deambulado incansables en un círculo post mortem.

Mi amigo Humberto y yo, ensimismados en esta reflexiones, nos encontramos a la entrada del cementerio. La mísmisima muerte, Ikú, nos abre la puerta y nos lleva hasta Eggún, el espíritu de los muertos, y Yewá, la lechuza que vigila, que nos presentan a Oyá, la dueña de las tumbas. Sacamos el ron y nos pusimos todos a brindar porque nuestro itutú, llegado el momento, serenase nuestra alma y nos diese descanso eterno. Seguro que Juan Carlos así lo hubiese querido y deseado.

10 de junio de 2008

ENIGMA


Gauguin, en este autorretrato, comparece como un jeroglífico que quiere y no quiere ser descifrado. La vanidad incrustada en la verdad o un deseo ya perdido que ofrendar.


Creo que casi todos los artistas se reservan un trozo de enigma que guardan en la caja fuerte de su cerebro y que no permiten desentrañar por el riesgo de ofrecer al espectador la clave más oculta de su capacidad y talento para descodificar lo que no se ve y transmutarlo en un hacer plástico destinado a incorporarse a nuestro imaginario.


Por eso él no transmite más que un prontuario o una sinopsis, el resto lo ha de completar el que ve, observa, descubre, intuye, que de esta forma se hace partícipe de la obra si la ha valorado como conocimiento propio, como atlas de su propia geografía visual.


Este magistral autorretrato confronta su mirada con la nuestra, casi como de reojo, y nos reta a descubrirle más allá de la mera apariencia que se desdobla en cada línea, en cada contorno, en cada forma y filigrana. El secreto está fundido con cada pincelada.


Mi amigo Humberto y yo, bajo un crepúsculo de óleo en el malecón, percibimos la presencia de Yemayá. Estaba licuada en la atmósfera. No era Yemayá Asesú, la de las aguas tranquilas, ni la agresiva Yemayá Okuti, tampoco Yemayá Konlá, la que hace espuma a las orillas del mar. Eran todas un solo mar, el nuestro, el Caribe de fondos ignotos y ondinas mestizas.


Acabamos el ron y regresamos al túnel que nos sirve de madriguera hasta que llegue el wemilere, la fiesta de los santos, que en su júbilo nos proporcionará luz con la que trasladar la eternidad al lienzo, ciego de tanta oscuridad.

5 de junio de 2008

GISELAS DE LUNA


Ritmos de guaguancó, conga y rumba atronan el malecón en la noche. Festivos, sandungueros, jocosos y jodedores, los olochas danzán el nengón, el kiribá, el changuí y el sucu sucu.


Los tambores yuka, los tambores de palo, los tambores de Kinfuiti, los tambores biankomeco, los tambores arará, los tambores de Olokun, la tumba francesa, los tambores de radá, los tambores nagó, los tambores de bembé, los tambores batá, los tambores iyesá, los tambores dundún, los tambores gangá, anuncian la presencia de los orichas.


El trance se presiente ya, hasta que por fin el caballo de santo se acerca a mi amigo Humberto y a mí para escuchar nuestras quejas.


Después nos lleva al Igbodó y allí nos deja con las Iyalochas, jóvenes, valquiria una y morenas las demás, bautizadas por la luna, que amamantan nuestros pesares, nos dibujan sensuales fantasías y nos encomiendan a Oyá, la dueña del cementerio, que ya nos ha colocado el número ocho.


Amanecimos fríos. Comimos harina caliente y tocamos el quinto mientras esperamos, entre trago y trago, la hora del carnaval orgiástico de la muerte.

4 de junio de 2008

UDNIE


Francis Picabia, artista cubano de ascendencia franco-española, luchó en todos los frentes de las vanguardias históricas y en todos ellos dejó el testimonio de su versatilidad insatisfecha.


Traigo a este espacio esta pintura, de la que se ha dicho que es el recuerdo del coito de un hombre de negocios de edad madura con Udnie, porque en ella se pone de manifiesto la espléndida conjunción de las partes de un todo vertiginoso.


Movimiento y reposo en la base, luz y penumbra, calor intenso y frío, pasión y placer vibrante, silencio breve y clamor, esplendor y ceremonia. Y también ironía en una arquitectura que enmascara la penetración a través de su ostentación aparatosa, histriónica.


Es fruto de un sincretismo de tendencias y corrientes, de credos y teorías, pero también la hábil falsificación de una realidad que está destinada a eso mismo, a ser convidada en un festín de imposturas y simulacros.


Me encuentro a mi amigo Humberto en su taller iluminando en el lienzo con su pincel un espectro repetido siete veces. Después ha depositado sobre él la sangre de una primera menstruación y encima de ella, acariciándola, la llama de una vela enciende una oración. Hasta que cobre vida participaremos en el malecón en la ceremonia de la Rumba de Santo junto a babalochas, iyalochas, oriates y babalawos.


Cuando retornemos esperamos hallar al espíritu invocando la salvación que nunca tuvimos.


3 de junio de 2008

LOT Y SUS HIJAS


Esta obra, "Lot y sus hijas", atribuida al maestro flamenco Lucas de Leiden, nos asombra no sólo por ese dominio de la perspectiva, de la arquitectura y del paisaje, sino también por una representación bíblica que se articula en escenas que como un diagrama se escalonan hasta conformar un gran escenario.


Hay un recorrido de tiempo con distintos planos de espacio graduándose desde un fondo apocalíptico hasta un primer ambiente que a través del color rojo de la tienda atrae nuestra atención. En la zona intermedia se ve al padre y a las hijas llevando al burro detrás suyo sobre un puente que los conduce a nosotros; la madre queda a la izquierda convertida en una estatua de sal mientras más allá la tormenta de fuego destruye la ciudad de Sodoma.


Pero en las primeras imágenes late una disonancia transgresora, pues no es el padre quien se deja embriagar sino que es él mismo el que seduce a su hija mientras la otra, en una postura sensual, escancia el vino que servirá para atizar el desenfreno erótico que las posturas y gestos anuncian.


No se han aterrorizado, no han llorado la pérdida de un ser querido, no están atribulados, están vivos y quieren seguir estándolo para gozar. El incesto no planea sobre sus sentimientos y emociones, son otros los deseos que provienen de su naturaleza, los más instintivos, los que no tienen códigos que les aten.


No deja de ser un misterio una obra tan transgresora en una época en que la religión abarcaba cada momento del día, a no ser que se establezca una relación próxima con la ruptura del catolicismo acontecida en fechas cercanas a la datación de la misma. Quizás por ello su autor se haya mantenido en el anonimato.


Hoy nos hace una visita El Bosco en el malecón. Nos dice que si en su existencia como pintor hubiese conocido este rincón, sus visiones hubieran estado más rebosantes de silogismos, profecías, enigmas, pecados y ninfas mestizas que el Jardín de las Delicias. Lo habría titulado el Jardín de las Antillas. Quede escrito.

2 de junio de 2008

LAS TRES EDADES DE LA VIDA Y LA MUERTE


En este cuadro, Las tres edades de la vida y la muerte, de Hans Baldung, se enmarcan las ideas, los horrores y los sentimientos de una edad en la que los credos y doctrinas se tatuaban hasta en el alma de los descreídos.Y también las pasiones.


Baldung fue más que un fiel intérprete, fue un artista obsesionado por una angustia a la que sólo podía dar salida pintando la realidad que se escondía bajo una opresión que se agrandaba como un tumor dentro de sí mismo.


Época de símbolos y signos, la muerte era la gran señora de presencia perenne, la antesala de la condenación anunciada por la Inquisición, la que marcaba y tasaba el tiempo de vida avaramente. La belleza era demasiado efímera, tal como señala ella misma con ese reloj que como una guillotina sitúa ante la cabeza de la joven hermosa pero también vanidosa, pues la esperanza media de vida era de treinta años.


La vejez trata de impedirlo inútilmente, su brazo cargado de cólera y desesperación se opondrá en vano, el cuerpo de la muerte que arrincona a las tres figuras es demasiado poderoso.


El paisaje de fondo es sombrío, intemporal, y la tela transparente que hace de hilo conductor se pierde a la izquierda del lienzo dejando abierta la incógnita final: ¿cielo o infierno?


Las tres edades como sinónimo del todo porque abarcaba el principio, el medio y el fin.Aunque no aparece ningún signo religioso, se sobrentiende, subyace y vigila. La salvación anunciada es lo que redimirá al ser humano de un destino aciago, pues desde que nace está amenazado por la muerte a causa de la guerra, el hambre, la peste, la maldad. No ha lugar para la exaltación, el éxtasis, la plenitud.


Recojo a mi amigo Humberto en su taller de Miramar, ese espacio real-simbólico donde él fusiona significantes y significados con sombras de una realidad que no tiene nada de renacimiento, y paseamos hasta el malecón, lugar de alegorías y ultratumbas, para con nuestra embriaguez de ron poner preso al muerto oscuro.


28 de mayo de 2008

TALADRO


Jacob Epstein, nacido en Nueva York y residente en Londres, creó entre 1.912 y 1.913 esta escultura, "Taladro", una especie de robot que predice la futura mecanización y belicosidad de la sociedad humana.


Él mismo declara que hizo y montó esta máquina-robot, con la visera calada, amenazadora, y llevando en sí misma su progenitura celosamente protegida.He aquí, dijo, la figura siniestra, armada, de hoy y de mañana.


Sin embargo, el taladro de segunda mano con la que lo construyó, lo suprimió y dejó sólo la figura, mutilándola de un elemento esencial.


No obstante, es, quizás, una de las tallas más fascinantes y singulares en la historia de la escultura pues auna tecnología, historia, ficción y pulsación estética en una obra que hechiza cuando nos encaramos con ella. Se nos aparece como un destello de nuestra conciencia sombría, como un ente de mal agüero.


Y como artificio macizo, compacto, aguerrido y hosco, nos desafía, intimida y provoca.


Se trata de un ídolo que nos habla de poder, de dominio, de fuerza, un símbolo de subyugación, y de violencia y destrucción ante la rebeldía. Una obra maestra, en definitiva.


Los tambores batá anuncian que esta noche los babalaos celebran cabildo en el malecón para hacer manifiestas las voluntades insatisfechas de la vida. Mi amigo Humberto y yo pusimos el oído para tratar de escuchar nuestros nombres, pero de lo único que nos enteramos es que estábamos entre los posibles no nacidos. Ni nos inmutamos, ya era demasiado tarde y nos estaban esperando para morir.


27 de mayo de 2008

EL PATHOS DE LA FORMA


A propósito de esta sobresaliente obra del pintor español Benito Salmerón Garrido, quiero remitirme al principio de la necesidad interior postulado por Kandinsky como la única vía por la que la pintura habría de alcanzar su auténtica existencia.


La realidad exterior, objetiva, que actuaba y actúa aún como motivo de la representación plástica ha de quedarse afuera, pues es la negación de la vida de la forma pictórica, cuya naturaleza es eminentemente abstracta.


La forma tiene su propio "pathos" y a partir del mismo se desarrolla indiferente a todo lo que la rodea hasta crear su propia realidad, la cual podemos vivir en la medida en que podemos compartirla.


En resumen, el contenido interior de la forma nucleado por esa realidad abstracta se hace visible a través de su manifestación exterior, mediante la cual se llega a la culminación de la vida, puro producto de una ontología del color, el punto, la línea y el plano.


La tesis, por supuesto, es mucho más amplia y compleja, y requiere englobar en su seno conceptos y creencias teosóficas y espiritualistas de distinto signo, que obliga a rebasar las formulaciones estéticas habituales. No obstante, esa determinación radical de que se inviste y hasta se arroga tiene, en su propia desmesura, su condición más frágil.


La pintura no es una definición encasillada, limitada, es mucho más, tanto como las incalculables realidades y ficciones susceptibles de encarnarse en la sensibilidad de cada época, de cada civilización, de cada sociedad. No se puede reducir a la multiplicación abstracta de planos, puntos, líneas y colores en un espacio determinado.


La abstracción ha abierto desconocidas dimensiones, no cabe duda, que estaban ocultas, ha agrandado el campo de la estética y ha señalado nuevos rumbos, pero no es el factor definitivo por el que debe regirse a partir de ahora el desenvolvimiento pictórico, ni mucho menos.


Hoy no hay luz en La Habana. Mi amigo Humberto va de muladar en muladar en la exploración y búsqueda de un fulgor infernal que le ilumine. Cuando lo encuentre volverá a pintar y el malecón será ese ánima que necesite para erigir una obra entre el cielo y el infierno.

26 de mayo de 2008

PIERO DI COSIMO


En todas la épocas, afortunadamente, han existido pintores heterodoxos que nos han dejado una interrogación en la mirada y una intriga en el intelecto.


Piero di Cosimo es uno de ellos y su obra, La muerte de Procris, concita innumerables preguntas gracias a una representación plástica tan cuidada, tan plagada de detalles compositivos y técnicos que bien sirvieron de modelo estético para todos sus sucesores.


La escena está sabiamente estructurada entre niveles, describiendo el más cercano el núcleo del tema, que se horizontaliza en su centro y verticaliza en sus extremos, con tres figuras, que van desde el cuerpo yacente de un ser humano -mujer-, otro híbrido -fauno-, y uno animal -perro-. ¿Qué encierra un trío tan dispar en una época tan atenazada por los misterios, los enigmas, las ocultaciones?


Estas tres criaturas, unas de ellas moribunda, están modeladas con una frialdad y ausencia de dramatismo insólitas. Constituye la belleza de una mitología o leyenda que estaba predestinada a ser configurada al margen de las etiquetas convencionales de la época, a ser la simbología de una muerte desgarradora por la maldad de una sociedad ambiciosa y cruel. Era mejor morir que vivir, por eso no hay tristeza ni melancolía en los ojos de los personajes. Éstos ya sabían que éste era el final de un destino.


El segundo nivel encuadra una orilla donde se pasean y juegan perros, garzas y un pelícano, cuya arena de oro hace que traspasemos en un posterior instante el primer plano y nos deleitemos con ese paraje tan placentero que reafirma lo visto anteriormente. No hay tragedia, sólo un trance que con la muerte alcanza un mejor fin. Por eso esa separación con el escenario del fondo. El autor nos señala dos mundos claramente definidos.


El tercer y último nivel, en esa larga perspectiva propia de la pintura renacentista, rompe las tonalidades frontales, para impregnar de un azul también frío un paisaje urbano y marino distante. Con eso quizá el artista quiso significar el origen de ese mal -ciudades que se debatían entre el poder, la fe, la crueldad y la condena- que se simboliza en la víctima yacente dentro de esa secuencia estática que domina el lienzo.


En definitiva, he intentado una interpretación tan heterodoxa como la mentalidad del autor, Piero di Cosimo, conocido por sus invenciones y extravagancias siempre nuevas y sugestivas. Propenso a lo macabro, lo morboso y lo insólito, su obra muestra una predilección por los seres híbridos, las quimeras, los dragones y los monstruos marinos deformes y extraños. Nunca permitía que le vieran trabajar y ni siquiera dejaba que barrieran su taller. Obsesionado con la alquimia durante toda su vida, ésta le causó su ruina y le sumió en la pobreza a su vejez.


Percibo hoy tristeza en el malecón, no hay faunos ni sirenas, ni cantos ni danzas, una melancolía como niebla lo inunda todo y ni siquiera mi amigo Humberto y yo alcanzamos a vernos. Tanta bruma humedece las tinieblas y cuando éstas aparecen, los alaridos forman una ola de pavor que nos obliga a refugiarnos en talleres en que se pinta sin luz.

22 de mayo de 2008

DANIEL CLAVER HERRERA


La fascinación que nos produce la obra de Daniel Claver Herrera, artista valenciano recientemente laureado, reside en su ingenio y pericia de alquimista para desentrañar el destino y naturaleza de la materia.


Destino y naturaleza como fusión de lo interior con lo exterior, destino y naturaleza que también es historia, la que transcurre a partir del origen de la sustancia y que se resquebraja, vomita lava, deja posos perennes, signos de vida, de destrucción y muerte. Es una mortaja que irradia visibilidad desde su núcleo y él es su intérprete.


El creador nos revela la plasmación de una ontología que sólo tiene carácter plástico, y es así porque no necesita de otras conceptualizaciones, nada más que la penetración de la mirada y el entendimiento de unos ojos que están obligados a no ver más que las texturas singulares de una masa, conformada por tonalidades que constituyen su forma, que se alimenta a sí misma y a nosotros como espectadores y participante de ese rito.


De la obra de Daniel ya he tenido la muy grata oportunidad de hacer comentarios en otras ocasiones, y siempre obtengo conclusiones a modo de sendas que sin ser intrincadas se abren para desvelar lo que parecía ignoto.


Hombre de constantes y perpetuos imaginarios en acción, pintor, músico, escultor, busca e indaga, experimenta y examina, observa y ensaya. Es consciente que le queda por recorrer un larguísimo camino, que no hay horizontes a alcanzar cuando se está a ras de tierra, sino espacios que descifrar e impregnar.


Mi amigo Humberto y yo, provistos de un buen ron del sur, le ofreceremos un buen refugio en esta esquina del malecón habanero cuando ese constante caminar le pida reposo y penumbra. Y hasta podrá oir los aullidos mestizos del amanecer.


21 de mayo de 2008

MURAL INSONORO


En esa residencia que se adivina en la foto me albergué unos días de estancia en la isla hace ya algún tiempo. Situada en el distrito de Miramar en La Habana, detrás de sus muros había un frondoso y silencioso jardín que esperaba desde hacía muchas vidas el anidamiento de papagayos, cotorras, cacatúas y guacamayos. Como no llegaban, mi amigo Humberto pintó este mural como conjuro para atraerlos.


Y vinieron, intrigados por una fantasía que podía hacerlos irreales también a ellos, pero no se quedaron satisfechos y siguieron la búsqueda de otros infinitos quiméricos.


Humberto y yo nos preguntamos la razón de esa falta de educación estética en unas aves acostumbradas a la sinfonía del color, a la textura y magia de una isla que cuando no se cansa de gritar no se cansa de bailar.


Como consuelo entonamos la canción del poeta cubano, Félix Guerra:
  • Que lo digan las estrellas,
  • a mí me falta brillo.



  • Que lo diga el aire,
  • a mí me falta el aliento.


  • Que lo diga el mar,
  • a mí me faltan peces.


  • Que lo diga el fuego,
  • a mí me faltan lenguas.


  • 20 de mayo de 2008

    ANTONELLO DA MESSINA


    • Esta obra de Antonello da Messina (1430-1479) es un portento de modernidad que nos deja absortos por la utilización del espacio, el empleo de la perspectiva, que hace que lo representado sea más monumental de lo que es, su plasmación arquitectónica, la organización de los elementos, la segmentación cromática ajustada a la definición del objeto total.
    • Y después hay que impregnarse de la simbología repartida entre animales y libros (una perdiz, un pavo real, un gato y un león cojo), alrededor de la figura principal: San Jerónimo, visto en una actitud profana, más bien intelectual, ajena a la mártir, invocante o ceremoniosa de su tiempo.
    • Bien es verdad que San Jerónimo fue acusado de vanidoso, injusto y libertino, a lo que él respondió a su vez condenando a esos monjes, que lo habían culpado, por lujuriosos. La Leyenda aúrea, una recopilación de vidas y leyendas de santos destinada a entretener e instruir, cuenta que una noche sus compañeros monjes le colocaron un vestido de mujer delante de la cama y que éste, en la oscuridad, se vistió con él y apareció así en los oficios matutinos.
    • Desde luego el pintor, en este cuadro, lo sitúa en un ambiente de paz, de silencio, de estudio, muy renacentista, importándole más ese mundo humanista que el estrictamente sagrado o religioso. La luz se cuela frontalmente para confluir en el blanco de las mangas y el libro y después ensombrecerse a excepción de los focos que por detrás permiten contemplar el campo y el cielo, reafirmando con ello esa semblanza de soledad.
    • Hay que asombrarse de la planificación con que ha sido concebida esta obra, su sentido geométrico y escenográfico, las distancias entre los objetos, las piezas que jerárquicamente se superponen, su lugar en la superficie, etc.
    • Y hablo de plena modernidad porque esta obra maestra contiene valores, planteamientos y argumentos que la hacen perfectamente actual, sea cual sea la etiqueta que quiera colocársele. Que la disfruten.
    • Mi amigo Humberto y yo fuimos incapaces de descifrar el lenguaje que se escondía en las vueltas y sinuosidades de sus vestiduras, no quiso hablarnos de ninguna manera y por ello nos quedamos sin conocer las veleidades de un santo que tenía un demonio dentro. Seguro que si nos revela el misterio de la santidad libertina, nosotros también podríamos ser pintores santos disolutos. Ni con el ron apagamos esta pena.

    19 de mayo de 2008

    ACUARIO


    Ladislao Kelity, artista argentino, nos propone en esta obra el invertir los términos de lo convencional visual. Nos presenta un acuario que en lugar de una exhibición luminosa y resplandeciente de seres vivos, se convierte en el decorado oscuro, sombrío, de una cruel voracidad, expresada en ritmos y movimientos desbocados pero acompasados y al servicio de un submundo que discurre entre nuestras rutinas sin ser capaces de verlo.


    Este acuario no es más que un verdadero infierno, el auténtico, en contraste con el "otro", el visible, el que nos seduce por ser un "idílico" retrato de un pedazo del fondo del mar con sus diminutos peces de colores.


    La rotundidad, precisión y perfección de este dibujo, concebido como una fuente de significantes en que lo plástico contiene la fuerza que necesita para desvelar y descubrir, se ven acrecentadas por ese tratamiento radiográfico intencionado que hace más estremecedora la contemplación de la imagen. Procedimiento que tiene su equivalencia conceptual y teleológica en las huellas pintadas por nuestros antepasados en cuevas y grutas. Hoy, en pleno siglo XXI es la radiografía la que sustituye tecnológicamente las antiguas prácticas y es, por tanto, uno de los medios adecuados para construir con ellos vestigios del presente.


    Hoy hace frío en el malecón. Nubes muy cargadas amenazan con suspender el estupor de mi amigo Humberto y el mío. Nos levantamos y tomamos una senda oscura, como son todas las nuestras, que nos obliga a ver reversos que quedan grabados en lo blanco del lienzo como nadas bañadas en su desdichada ausencia.

    13 de mayo de 2008

    LA NATURALEZA HUMANA


    La pintora Acqua tiene una visión poderosa para hacer efectivo plásticamente el imaginario de una naturaleza humana encapsulada, encerrada, aprisionada en su propia fragilidad, decrepitud, vulnerabilidad, en definitiva, en una mortalidad torturada que sufre por serlo y no poder dejar de serlo.


    Y sin embargo, es cierto que un día nos vemos convertidos, por estímulos narcisistas y vanidosos, en máscaras triunfadoras y el siguiente en el reflejo arisco de un ocaso que se hace interminable.


    Pero ese balance siempre tiene un resultado nefasto: son muchos más los que pierden que los que ganan, y éstos sí que son conscientes de que esas victorias dejan un rastro excesivo: la fagocitación de miles en un presidio infernal.


    También es cierto que cada vez más nos acostumbramos a la destrucción, la desgracia, la ruina y el exterminio, pues es ya un espectáculo de la imagen que como espectadores contemplamos de forma descarnada y hasta morbosa, ignorantes de que tanto ellos como nosotros estamos condenados igualmente.


    Mi amigo Humberto y yo, depositados en el malecón con la botella de ron, bosquejamos con una voz muerta una senda que debía atravesar el hemisferio y que nos depararía en su desembocadura una eternidad de bufones afónicos que pintarían en y acerca del aire. Luego, en lo tocante a esos lienzos, una vez contemplados, habría de adivinarse su significado y el que lo acertase tendría el premio de volver a ser mortal. Humberto y yo fuimos y seguimos siendo incapaces de conseguirlo, por lo que aquí continuamos y lo que es peor sin la ayuda del ron que nos ayude a desentrañar este miserable delirio que nosotros mismos hemos creado. Y sin diosas mestizas que bailen rumbas cubiertas del baja-y-chupa.

    8 de mayo de 2008

    JAVIER OLAYO

    Hay pintores que tienen una intuición pasmosa para definir un vocabulario visual, una gran facilidad para captar el alfabeto plástico que nos conducirá a orografías tan desconocidas como esplendorosas. Javier Olayo, pintor madrileño, es uno de ellos.
    Nos asombra con esa capacidad, que está más allá de un virtuosismo técnico evidente, para vislumbrar hallazgos en la materia de un colorido que exprime hasta hacerlo hablar y expresar sus más íntimos pensamientos.

    • La superficie roturada, que hechiza la mirada, nos atrae a demarcaciones de elevado volumen cromático por donde se pasean nuestros ojos cargados de ensoñaciones que creíamos inexistentes y que necesitamos con el fin de hacer más ética y estética nuestra dinámica existencial.
    • Y además se puede comprobar, si se visita su exposición en la galería Sokoa este mismo mes de Mayo de 2.008, que fantasmales apariciones de cuerpos, seres, rostros, figuras, estampas urbanas, etc., en ese magma del que no pueden escapar, ofrecen un ámbito en el que se condensa la cara y el reverso de un imaginario en permanente acción y en constante búsqueda de una cosmovisión que nos dé luz entre tanta tiniebla.
    • Mi amigo Humberto y yo tratamos de adentrarnos en este marco pictórico de Olayo y de eternizarnos allí como los únicos habitantes de un malecón habanero pecador y licencioso. Pero ya era tarde para prodigios que no conciben ni acogen a mancos y cojos en perpetuo lamento de tener que pintar senos oscuros con un miserable candil.


    7 de mayo de 2008

    GEORGES ROUAULT



    • Georges Rouault es un pintor que pese a sus profundas convicciones religiosas y compasivas, volcó toda su desesperación en una obra que plásticamente concita emociones muy intensas y hasta contradictorias.




      Es un magistral retratista de cuerpos sucios y carnes feas, cochambrosas, hechas para la podredumbre en vida. Percibimos esa turbiedad cromática, sórdida, esos tonos grasientos, esas pieles mugrientas, y nos preguntamos en qué medida son nuestro reflejo metafórico y en qué escala nuestro espejo real.

      Este artista nos ha confinado a vernos desde ópticas a las que no queremos acostumbrarnos o deseamos olvidar o simplemente no contemplar. En la intimidad que exigen cuadros como éstos se nos revela una encarnación visual que no nos abandona, que inevitablemente tomaremos como referencia en las calles y ciudades que recorremos, en la tierra que pisamos, incluso en las prostitutas que visitamos.

      Mi amigo Humberto y yo no somos tan torpes que en esos cuerpos no atisbemos una parte de nosotros mismos, por eso dejamos siempre que la otra se ancle en el malecón, pues en éste la negritud es tan grande que no nos permite divisarla.


    6 de mayo de 2008

    GIORGIO DE CHIRICO (II)


    Regresamos de nuevo con Giorgio de Chirico y sus Memorias, que no diría que son tales, sino un penoso memorial de agravios sobre la base de un personalidad que no ocultaba su marcado corte narcisista y que se consideraba por encima del talante de su época, tal como revelan las siguientes frases:


    "....que hicieron de mí un hombre excepcional, que siente y entiende todo cien veces más intensamente que los demás".


    "Porque también entonces, como hoy, yo era el mejor y el más inteligente de todos".


    "Aunque para ello es necesario tener la fortuna de poseer las excepcionales facultades que yo poseo".


    "....no se le podía escapar a un observador agudo, como soy yo".


    "Además, para tener realmente el derecho de hablar como yo, hace falta, fundamentalmente, ser un pintor de gran altura y haber podido pintar cuadros como sólo yo he conseguido hacer en esta primera mitad de siglo".


    "Porque sé que, además de ser un gran pintor y un gran hombre, también tengo una misión que cumplir".


    "Este avanzar cadencioso de mi maestría como pintor y de mis altas cualidades de hombre superiormente intelectual".


    "Además de mi excepcional inteligencia en lo que se refiere a la verdadera pintura, mi extrapoderosa personalidad, mi valor y mi ardiente necesidad de verdad".


    Apabullantes las tales manifestaciones así como innecesarias y hasta patéticas, y que subrayan el desacuerdo entre el poder de la creación y la condición del temperamento, una falta de sintonía que puede hacer peligrar ese entramado tan sutil de inteligencia, imaginación y técnica, pero que en este caso no se produjo en la etapa más eminente de su obra. Demos las gracias por ello pues de lo contrario ahora estaríamos algo huérfanos.


    Las indígenas sureñas reclaman su potestad sobre el malecón, alegando que tal concesión se remontaba a los tiempos en que Bartolomé Colón se abarraganó con su antepasada la gran cacique de La Española y bailaban desnudas con sus guirnaldas de flores para celebrar tan venturoso idilio. Mi amigo Humberto y yo, desconcertados todavía por la insania de De Chirico, únicamente nos dio a tiempo a salir de estampida, cojos y mancos, ante la fuerza arrolladora de una huestes con imperiosas ganas de trasegar sangre blanca. Llevan siglos insatisfechas y frustradas por no poder probarla. Pues por esta vez no podrá ser y tendrán que esperar por la nuestra hasta otro día.


    Lo peor de todo es que nos olvidamos del ron, nefasto y premonitorio signo de nuestra futura rendición.

    5 de mayo de 2008

    GIORGIO DE CHIRICO (I)


    En "Memorias de mi vida", Giorgio de Chirico nos ofrece la imagen de un artista y hombre atribulado y obsesionado por supuestas envidias, odios, desprecios y enconos. Y él, sumido en un profundo resentimiento desde mediados de los años veinte del siglo pasado, execra a los pintores y artistas de su tiempo con una inquina inusitada, tal como se recoge en estas citas:


    "Y no tenía nada de pintor muerto de hambre, de genio pálido, tipo Modigliani, que en una buhardilla helada sufre por perseguir su sublime ideal, soñando con la obra maestra que le traerá fama y dinero y que, a menudo, es un formidable "costrón", como lo son las figuras y los retratos de Modigliani, llamado por los "esnobones" Modí".


    "Ciertos pintores modernos, ya adultos y algunos ya viejos, cuando quieren pintar fruta y otras cosas, no consiguen más que bribonadas que parecen estiércol de cuadrúpedos, o lava enfriada o barro seco".


    "Los surrealistas, campeones entre los campeones de la imbecilidad moderna".


    "Cuando se trata de "hinchar" a pseudogenios como Cézanne o Van Gogh..."


    "No tenía nada que ver con los pintores actuales, con los "los modernos", que sólo tienen un defecto, pero grande: son cualquier cosa menos pintores".


    "Al poco tiempo de llegar a París, encontré una fuerte oposición por parte de aquel grupo de degenerados, de canallas, de hijos de papá, de holgazanes, de onanistas y de abúlicos que, pomposamente, se habían autobautizado como surrealistas y hablaban hasta de "revolución surrealista" y de "movimiento surrealista". Este grupo de individuos poco recomendables estaban capitaneados por un sedicente poeta que respondía al nombre de André Breton, que tenía como ayudante de campo a otro seudopoeta llamado Paul Eluard, que era un muchachote palido y banal, con la nariz torcida y una cara con algo de onanista y algo de cretino místico. André Breton, además, era el tipo clásico de asno pretencioso y de arribista impotente".


    "Empezaron a redoblar sus tambores alrededor de los cuadros de ese melancólico seudopintor que responde al nombre de Salvador Dalí, que después de haber initado a Picasso, se había puesto a imitar mis cuadros metafísicos, de los que no entendía nada y realmente nada podía comprender un tipo como él. Este Salvador Dalí es un antipintor por excelencia, incluso por su cara e incluso por su nombre".


    "Los ridículos Cézanne de siempre, los Matisse mal dibujados y sin forma de siempre, los Braque planos y falsamente decorativos de siempre, etc., algún buen Picasso, algún buen Renoir y algún buen Derain".


    Solamente salvó de este apocalipsis a los siguientes pintores: Romano Gazzera, Kanzikis, Picasso, Derain, De Pisis, Annigoni, Sciltian, Aldo Carpi y los hermanos Bueno.


    Mi amigo Humberto y yo estábamos anonadados por la magnitud de unos testimonios desproporcionados, nada serenos, impropios de un artista de tamaña categoría. No nos queda otra opción que seguir ampliando esta semblanza hasta captar una mínima parte del carácter de este personaje, clave en la pintura de su tiempo, y considerado por muchos un auténtico pionero de las vanguardias históricas.


    Intentamos cerrar nuestros oídos a las voces del malecón, tan insidiosas unas y seductoras otras, que en estas largas horas de la noche entonan ritmos yorubas que nutren el rito de la virgen mulata desposada con el mar antillano. Nosotros, mancos y cojitrancos, escapamos de una ceremonia que podía dejarnos también tuertos y sin paladar, y entonces ¿para qué nos serviría el ron?

    2 de mayo de 2008

    CRUZ GASTELUMENDI


    La Santa Compaña, hasta ahora en tierras gallegas, ha reaparecido en Perú gracias a este joven artista de allí, Pablo Cruz Gastelumendi, que con un dibujo que reivindica la perfección fría, glacial, de un mundo onírico mediante una escenografía escalofriante, nos conduce a integrarnos en esa procesión de almas en pena que desde el reino de la sombras forman un entorno fantasmal que ciega nuestra vista pero contempla nuestra mirada.




    La atmósfera, recreada por ese claroscuro tenebroso que inunda toda la superficie y que la hace más penetrante, consigue que la comitiva, con sus espectros, perfile una coreografía de premoniciones de muerte, de abismos sumidos en la crueldad, el desconsuelo, la fealdad y el horror.



    Pero al mismo tiempo, de esa representación emanan sentimientos de un patetismo y una compasión inevitables hacia unos espíritus condenados a vagar eternamente, ya que no son acreedores de ninguna salvación ni de ninguna redención.


    El artista, dotado de grandes recursos estilísticos y de una gran habilidad en su uso, ha ido más allá de lo que cabría suponer, tanto es así que él mismo se habrá visto sorprendido por el impacto de una obra que es producto de un delirio: el de traer a nuestra mirada lo que nunca debería haber salido a la luz.


    Mi amigo Humberto y yo, ánimas en cortejo por un malecón nocturno plagado de aparecidos como nosotros, caminamos con dos cirios encendidos que iluminen a los espíritus que nos escoltan, pues son tan negros que no podemos verlos hasta que trasegamos unas buenas dosis de caña letal. Sólo entonces advertimos que la muerte es mestiza y sus labios matan.