2 de junio de 2009

SEAN SCULLY

Si tenemos que estar siempre entre muros, paredes, tapias o tabiques, que éstos sean tableros en los que la luz y el color transpiren mediante el juego geométrico de franjas, armónicas en ocasiones, asimétricas en otras.

Sean Scully, artista irlandés, es el artífice de esta pintura, que no conculca valores sino que los amalgama, los sintetiza, para que nuestra mirada se explaye en esos alfombrados paneles y ejercite sus más íntimos deseos dentro de una abstracción vestida con la intención depositada de metamorfosear paredones o murallas con sus estructuras policromadas.

Estos retablos guardan y atesoran lenguajes transparentes, espejos que reflejan sensaciones, estímulos que describen destellos estables de cubos hechos visión, de habitaciones en las que se vive entre contemplaciones vibrantes. Al fin y al cabo son las otras las que no nos sirven, siempre ciegas y calladas.

Bozales y culíes bajo el mando de José Antonio Aponte Ulabarra toman el Malecón. Pero no hubo desbandada general ya que sabíamos que sólo querían ron y mar. Sin embargo, fueron apresados por orden de la deidad y sus cabecillas decapitados. La cabeza de Aponte, encerrada en una jaula de hierro, fue colocada al lado de su casa. Humberto y yo nos acercamos a donde estaba y compartimos con ella el último trago que nos quedaba. Desde allí nos cegó el resplandor de una libertad que no existía.



1 de junio de 2009

ANISH KAPOOR

En la escultura ya no se actúa con elementos e ideas preconcebidas. Se trata de ver el interior del espacio, de situarlo incluso ontológicamente y después llenarlo, ocuparlo con lo que él teóricamente está exigiendo.

Y dentro de las tendencias actuales hay factores clave, casi decisivos, como lo es su integración bajo presupuestos arquitectónicos para que el objeto obtenga contornos muy magnificados y una mayor visualización, pues en muchos casos esta base funcional y estratégica es lo que propicia el fundamento de su gran tamaño, que es el que permite un ser trascendente a su propia realidad.

Otros también han influido de forma determinante, como lo es la interrelación simbiótica con la tecnología, utilizando a ésta como fuente y aprovisionamiento de no sólo sus proprios avances e innovaciones sino también de una concepción que señala la exploración como el fin de ambos ámbitos, el científico y el artístico.

De esta manera, la escultura se va desprendiendo así de su aura artesanal y primigenia para adentrarse en soluciones en que lo aéreo, lo arquitectónico, lo volumétrico, lo inventivo y lo tecnológico se fusionan en orden a establecer nuevos cauces y horizontes, no sin que se advierta cierto fetichismo y adulteramiento estéril en algunas obras de sus ejecutores.

Al amanecer aparecen por el Malecón, Congos, Lucumíes, Gangás, Carabalíes, Macuás, Mandingas, Minas, Ararás e Ibos. Iban en preregrinación por la ruta de la caña y el ron. Humberto y yo les saludamos y deseamos la mejor de la suerte y que este año, gracias a sus rezos e invocaciones, se diese la mejor cosecha pues estábamos sedientos de olvido.

Reproducciones de obras del artista indio Anish Kapoor.



29 de mayo de 2009

TURNER

William Turner, el genial artista inglés, diluía el pigmento en formas vaporosas, veladas o turbulentas y tormentosas, para que el espacio nos ofreciese su auténtica realidad, siempre envuelta en lo impredecible, pero dejando que el éter se inundase de la luz precisa para hacerla visible con aquellas tonalidades que nos proporcionasen la cualidad intangible de estar dentro.

Giulio Carlo Argan nos dice que para este pintor el espacio es una extensión infinita, de manera que las cosas queden envueltas en torbellinos de agua y torrentes de luz y acaben por ser reabsorbidas y destruidas en el ritmo del movimiento universal.

En estos dos cuadros la mirada queda sedimentada en esas superficies, extrae el olor y el sosiego de esa atmósfera y hasta escucha el canto de unos amaneceres que nunca hasta ahora habían sido así pintados.

De la contemplación de su obra podemos hacer incluso teofanías estéticas sobre su naturaleza o pura ciencia visual o ambas, tanto cabe en ella y tanto ha significado en el arte moderno, mas lo primordial es que nos enseñó a ver de otra manera y ha agrandado nuestro imaginario óptico hasta conferirle marchamo de futuro, el que ya fue y todavía sigue estando ahí.

Esta noche se aplica una pena de muerte a garrote en el Malecón. La víctima es un brujo de las costa oriental. Se le apoyó al reo en el tablón de madera clavado en el suelo y en cuyo taburete se sienta. Después se le rodea el cuello con una soga que atraviesa por dos agujeros el tablón. Una vez sujetada se la hace girar con un garrote hasta que el convicto muere por asfixia. Que descanse en paz y desde el infierno nos cubra de bendiciones a Humberto y a mí, que fuimos los únicos que le cerramos los ojos y la boca, pues todavía se seguía riendo.

28 de mayo de 2009

JOHN MARTIN

Hay jornadas en que con el silencio y la penumbra la memoria se llena de visiones. Posiblemente es el último estertor del Romanticismo que nos suplica modificar o transformar nuestro mundo de rutinas por una vastedad visionaria en la que penetrar sin pertrechos, desnudos, indefensos, expuestos a lo que ha de ser.

Y entonces evocamos la figura del pintor inglés John Martin para que esa ensoñación tenga una ficción de realidad y nos persuada con ella de que mirar y sentir, contemplar y conmover adquieren carta de naturaleza ante lo apocalíptico.

En ese sentido, la grandiosidad y colosalismo de estos paisajes contienen un ánima aterradora por lo que son y ocultan bajo ellos, tal que ciénagas indescifrables que alientan tiempos de devastación y muerte. No dan tregua ni refugio, sólo parecen querer sus propias víctimas.

Worringuer decía que lo romántico es el mundo nórdico, en el que la naturaleza es una fuerza misteriosa, con frecuencia hostil, a diferencia del área mediterránea, clásica, en donde la relación de los hombres con la naturaleza es clara y positiva.

Ahora bien, en la actualidad estas fantasías de notable factura dibujística y cromática son momentos del arte de una época, así como del celo y la pasión que desprendían unos hombres castigados por la angustia y sed de vivir, y que nos han legado para que de alguna forma ese espíritu no se pierda, se conserve bajo otros moldes.

Los proscritos del Malecón acuden a la llamada de los sueños, Humberto y yo a los de la razón aunque fuésemos derrotados. Ellos aman la victoria, nosotros, la derrota y el fracaso. Y sobrevivimos.



27 de mayo de 2009

JASON RHOADES

Este artista norteamericano propone, a través de sus instalaciones, un juego cargado de ironía (¿qué es lo que falta para saber que es lo queda?) sobre la era industrial actual, la vida moderna y el hombre.

Y nos muestra y coloca todo ese abigarramiento de objetos delante de nuestra mirada para que nuestras sensaciones tomen un protagonismo activo y se expresen.

Pues para conseguirlo sólo tiene que tratar de abrumarnos, de asfixiarnos con una escenificación y una atmósfera que no nos deja impávidos sino que sugiere respuestas, dudas, cavilaciones, confirmaciones, para llegar inevitablemente a planteamientos finalistas acerca de este tipo de manifestaciones.

El arte no prejuzga, está abierto a experiencias que renueven su ser para seguir estando vivo y constituir una señal de futuro para la humanidad. Pero las líneas entre lo que es y no es se hacen cada día más delgadas y permeables y nos costará, por lo menos a algunos, poder continuarlas, aunque ninguna circunstancia nos hará renunciar.

El Malecón, al crepúsculo, ordenó el azote de varios de sus habitantes, teniendo la suerte de que entre ellos no estuviésemos nosotros. Pero nos obligó a Humberto y a mí a presenciar el acto y después a verter sobre las heridas de los apaleados, orines, aguardiente, sal, tabaco y pimienta. Esta cura en España, de donde fue traída, la llamaban pringar y servía para evitar que el golpeado contrajese el tétano. No faltaría mucho, nos dijimos sin palabras, para que a nosotros nos tocase ser unos solemnes "pringados". Menos mal que la penumbra nos convidó a ron.



26 de mayo de 2009

ALBERT OEHLEN

Este artista alemán que en sus inicios cultivó la figuración, después, recogiendo lo que esta misma tiene de fusión y tensión de formas que se piensan a sí mismas, dio el paso a la abstracción y lo hizo con un temperamento explosivo que exhibió un seísmo cromático cual si estuviese en un constante y determinado trance emocional.

Sus poderosas manchas y estratos, tegumentos airados pero devotos, son la exudación de las irradiaciones y emanaciones de unos cuerpos que han quedado imposibilitados para reflejar su propia densidad plástica. El artista ya había presentido tal fenómeno de descomposición y se había adelantado a él dejándolo al desnudo, procurando que cohabite a través de su propio dramatismo.

Por eso, esta obra abstracta, que tiene un pasado inevitable del que ha bebido necesariamente, construye su singular sintonía mediante la defensa de lo exhalado y su confrontación agresiva con lo exterior que se le quiere imponer, para lo cual trastoca el orden impulsando su lenguaje hasta la percepción de la locura.

Pintura viva por las percepciones a que da lugar, está en un movimiento continuado, irreflexivo, instintivo, que no abandona ningún hallazgo después de aromatizarlo y canonizarlo.

Esta noche le dije al Malecón - a partir de ahora comienzo a entronizarlo con la mayúscula inicial- que "para que el hombre pueda interrogar, es preciso que pueda ser en su propia nada (Sartre)". No, me corrigió, te equivocas, ha de ser en su propia sangre.




25 de mayo de 2009

PETER HALLEY

El norteamericano Peter Halley confiere a su obra neogemétrica la función y el papel de un discurso de denuncia tanto del capitalismo como de las utopías revolucionarias de los años setenta.

Esta pomposidad y grandilocuencia ideológicas también se centran en desarrollar una crítica "simulacionista", así es calificada, de Mondrian, Albers, Stella o Judd, dando así por sentado el trasfondo de lo que en sus composiciones son apariencias en forma de diagramas (circuitos, planos, estructuras celulares) de colores fluorescentes.

Él mismo manifestó que "mientras Smitheson impuso al paisaje industrial devastado los símbolos de una geometría ideal, yo, por el contrario, deseo ayudar al mundo ideal del arte geométrico a que encuentre la vía del paisaje social".

Considero que un trabajo de estas características y con estos rasgos definitorios no ofrece más que aquello que se ve y que el espectador procesa e interrelaciona con sus propios conceptos y aproximaciones al hecho pictórico, no dejándose confundir por referencias que supuestamente le sitúan dentro de un contexto plástico doctrinal determinado.

La labor artística no necesita de estas ostentaciones racionalizadoras y demostrativas, pues si de verdad hubiese de contar con ellas es que estaría incapacitada para poder transmitir y comunicar por sí misma, y eso nos llevaría a poner en duda su validez constitutiva.

Hoy, en mi condición de iyawó, y acompañado de mi oyubona, totalmente vestidos de blanco, llegamos al malecón y depositamos la ofrenda, la ebbó: cuatro bolsitas de maíz tostado, jutía y pescado ahumado. A pesar de que no soy una mujer me han concedido esa gracia. Todo sea por salir de este muro en perpetua desesperanza.





21 de mayo de 2009

JORGE PERUGORRÍA (PICHI)

He tenido la oportunidad y el placer de asistir a la inauguración de la exposición de Jorge Perugorría, el gran actor cubano, en Oviedo, mi ciudad natal. Y confío en que dentro de unos años se repita tanto el deleite como la ocasión.

Él mismo me comentó, en un breve cruce de palabras que pudimos mantener, que su imaginario visual se llenaba de tantas cosas y experiencias, se le acumulaba tanto que tenía que cambiar de línea, de procedimientos y de procesos en cuanto considera que un proyecto ya está agotado. No es descartable que esa precipitación lo obligue después a detenerse en lo que todavía prometía, en lo que tenía de ramificaciones desapercibidas y ahora aparecidas y que exigían una nueva proyección.

Con ello queda de manifiesto que no es una sorpresa que de un pintor como él, inquieto, atento y observador, emane una pintura extrovertida, que quiere salir a la luz y dialogar, que se exterioriza porque en ella pasión y visión se mimetizan en una sola, la cual nos depara esa comunicación insoslayable.

Esta serie dedicada a la Habana muestra una realidad plástica que a través del olvido llega a una memoria que tiene como misión no dejar que lo efímero tape lo perecedero, lo primero siempre se viste y acaba pudriéndose por ello, lo segundo está desnudo. Para ello, rescata una geometría urbana que por medio de un fuerte impacto cromático aborda otra dimensión de la ciudad (¿alguien sabe cuántas tiene?), esencializando los valores que personifican su verdad.

Perugorría, al abordar esta empresa, se ha enfrentado con su propio olvido y su reverso, pero también con el propósito de que la luz recabase la conducción de directora y mentora de los laberintos oscuros de ese homogéneo conjunto arquitectónico y constructivo que es como el estandarte que resume el antes y el después de una urbe contenida entre muros, malecones y fortalezas, entre cuyas grietas y resquicios la poesía de la búsqueda se hace sustancia. Incluso en algunos de los lienzos una mirada al cielo nos descubre unas criaturas angelicales que aparentemente guardan y protegen, tal que símbolos de una ciudad que por sus reminiscencias ancestrales los necesitara para traer una lluvia de purificación y libertad.

Admitiendo y aceptando que soy acérrimo partidario de sus series anteriores, estimo y repito que en ésta hay un cambio evidente de registro para no perder lo más importante: el hilo que conduce a explicarse y ver su entorno social, histórico, paisajístico, cultural, familiar, como una obra que, al igual que sus chorreados, se derrama en el poso de completar una habitación llena de lagunas ateridas por tanto olvido colectivo. Yo creo que en ese sentido lo consigue, aunque su capacidad para reservarnos más y mayores sorpresas en el futuro es infinitamente mayor. Jorge es impredecible, tal como él mismo me ha admitido, por consiguiente, que nos siga enseñando y trazando caminos que nos permitan seguir mirando y viviendo.


Hoy, el malecón cuenta a sus habitantes con el objeto de organizar una aguerrida mesnada. Pero los resultados no son muy esperanzadores antes tantos paralíticos, mutilados, cojos, lisiados. Y después había que sumar a los ciegos, mudos, sordos y sordomudos. Sólo eran válidos los proscritos y éstos no eran de fiar. Entonces dispuso una peregrinación al santuario de la Virgen de la Regla para su curación. No se supo lo que ocurrió pero según se dedujo después la Virgen se asustó y pidió un inmediato traslado a otra isla, con lo que tuvieron que regresar tal como habían ido. Le digo a Humberto: "es que menos en lo de la penumbra, no acierta ni una".


13 de mayo de 2009

ESTEBAN FRANCÉS

Hay días y momentos en que necesitas reconciliarte con tus alucinaciones. A través de ellas deseas contemplar fuerzas, designios, conmociones, que renueven un imaginario que te resultaba agobiante porque lo acumulado en él sólo te funcionaba sin olor y sin memoria, y sin entelequia, ensueños y fantasía.
Estas obras del poco conocido artista español y catalán Esteban Francés, adscrito al "ideario" surrealista y hoy ya desaparecido, se pueblan de visiones ígneas y transparentes, dinámicas y tortuosas, que excitan miradas, avivan imágenes desfallecidas, activan representaciones, provocan desconciertos o azuzan ansias dormidas.
Pintura para incitar y exaltar, conservan las virtudes atribuidas a su narcisista movimiento que quiso ser principio y final de todo, fuese o no fuese, y también sus vicios, pues sin ellos nunca habría paradoja posible.

Humberto yo le pedimos al malecón que nos ceda un momento sus poderes para que no seamos indefensas figuras o una banda de música que tenga el corazón como los témpanos (Luis Lorente). Petición denegada a sumar a la lista.



12 de mayo de 2009

ALFRED MANESSIER


Los descubrimientos no acotan los términos que puedan limitar los cambios o las innovaciones, al contrario, dejan que la expresión se llene de augurios y vaticinios, de predicciones y presagios.


Este artista francés del siglo XX, Alfred Manessier, bastante desconocido, miembro de la escuela de París, hace del color, señal de identidad de aquella época, un muro en el que disponer una fragmentación ordenada que va consumiéndose y agotándose con la creación de cielos fecundados.


No es un lenguaje desnudo ni escueto, es un vocabulario de sintaxis múltiple de capas y geometrías que cohabitan y que al final confluyen en ofrecernos un mural de significados plásticos. En él nuestra mirada interrelaciona estas oraciones vidriadas que se asombran de su propia condición de desdén por lo que no es o no ha podido ser y de aprecio por lo que es y ha podido ser.


No es una obra de y para la meditación, ni tampoco para la introspección, es pura extroversión de perpetua gravidez, y que como tal es un dádiva que postula una manifestación de puro asentimiento.


El día esta húmedo y el malecón más. Aparecen hierros oxidados y cadenas en las rocas de su muro, presagios que no queremos ver. Son señales que ni siquiera se pueden pintar pues nunca salen de su ocultamiento.

11 de mayo de 2009

JULIO GONZÁLEZ

Julio González, el gran escultor español, está también en el Reina Sofía. Juan Muñoz, que asimismo coincide ahí, y él, en el limbo que les haya tocado, se acompañan y dialogan como continuar una obra en esos confines si es que son tan eternos como sus obras.

Julio pudo haber contado o le contaría cómo fue un hábil e imaginativo artesano y orfebre, cómo se hizo con destrezas y soluciones imprevistas, cómo trabajó el hierro, el cobre, con la forja y la soldadura, cómo un día miró a su alrededor, tal como le aconsejó Picasso, y encontró otras formas que sin él jamás habrían tenido la posibilidad de ser. Y así, empezando por lo indeterminado llegó a lo determinado, como si al mismo tiempo se fuese creando a sí mismo con otra anatomía.

González convirtió el espacio en un ámbito de prodigios mediante la transformación del hierro en juego de presencias íntimas en las que se materializaron los ecos de la tierra. Se muestran ante nosotros como una simbiosis de lo arcano y atávico, crecen tal que aristas y se arropan como cactos que respiran hálitos de vigor y fuerza.

Son habitantes que pueblan orbes de hierro, que conviven con una estética indefinible que no se conjuga con metáforas o hipérboles; son, en definitiva, pensamientos que eran fugaces hasta que fueron atrapados en lo metálico, en lo inorgánico, para que sembrasen milagros en nuestro entorno.

Si hasta ahora hemos estado ciegos, ya es el momento de abrir bien los ojos y ver.

A Humberto y a mí hoy nos ha tocado ser espíritus maltrechos para acompañar al malecón en sus ansias de expresión de melancolías insidiosas por todo aquello que está ocurriendo en su perímetro de poder. Al final siempre somos nosotros los que recibimos sus pesares y siempre son los ñáñigos los que se libran. No buscamos razones, estamos cansados de que se nos escapen y no vuelvan.

10 de mayo de 2009

IÑIGO ARREGUI


El hierro, el acero, la forja, la herrería, son sinónimos de la tierra vasca, de su suelo, de su raíz plagada de mitos e historia.


Íñigo Arregui, artista y escultor perteneciente a ese pueblo, en su exposición en la galería Arte Contemporáneo de Madrid, refleja los componentes básicos de ese sentido territorial pero sublimándolos hasta proyectarlos bajo una simbología propia.


Lo compacto de las paredes o muros se arraiga en la base, como creando raíces dentro de ella, y los techos son volátiles, etéreos, para que la luz penetre en esos templos tectónicos que la aguardan para poder construir quimeras que ofrezcan al espíritu el reposo que necesita.


A pesar del acero, las siluetas son descarnadas porque miran más hacia el alma que quiere esconderse en ellas, y con ello lo férreo se desmaterializa en orden a que sean santuarios de lo insondable, donde la invocación a lo telúrico sea desde el espacio que la haga posible.


La contemplación de estos casi iconos no nos sume en una perplejidad sino en una aventura persistente que no deseamos que cambie ni se detenga.


Hoy el malecón está en silencio, Humberto y yo también. Lo que podamos decirnos ya nos nos espera.


7 de mayo de 2009

EL PERRO DE GOYA


¿Por qué en esa pequeña cabeza de perro nos llegamos a imaginar a nosotros mismos? ¿Vemos a un humano en él?


¿Por qué con sólo un perfil vemos toda la cara, su expresión de sumisión, mansedumbre y resignación?


¿Está en él, en el destino de ese cachorro, Francisco de Goya aguardando fatídicamente la muerte?


¿Qué es lo que él ve que a nosotros se nos impide ver? ¿Acaso cuenta con ello para probar nuestra mirada?


¿Cuál es el enigma de una pintura cuya monocromía es la fuente de la emoción que asalta al espectador?


¿Esa intemporalidad, ilocalización y descontextualización son un deliberado propósito para que la visión esté totalmente abierta y persiga la perennidad?


¿Es el gesto despectivo de un artista agotado y amargado que con lo exiguo quiere llegar al límite?


¿Y por qué un perro, un mísero can pordiosero?


¿Es que en esa escueta escena, si se me permite calificarla así, se halla inmerso todo el turbulento mundo interior de Goya, sus premoniciones, sus miedos, sus frustraciones y desdichas?


¿Es un secreto que quedará en lo más profundo de esta maravillosa obra de arte?


Humberto y yo nos sentamos en nuestra esquina del malecón. Una brisa dorada abrillantaba las aguas mansas que acariciaban nuestros pies. Un perro se acercó a nuestro lugar. Le dimos la bienvenida y le hicimos un sitio. Nos dijo que era el perro pintado por Goya que después había sido desterrado. Estuvo hablando toda la noche. Al amanecer aulló y nos dejó. Hasta siempre, amigo.



6 de mayo de 2009

JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ

Regreso de nuevo a José Álvarez Vélez, el intuitivo artista alavés, desde la libre percepción que me permite una adecuación de lo mitológico personal (Gaya Nuño) en el momento de confrontar una obra que se abre y se cierra en sí misma, consiguiendo que lo aprehendido lo abarque ansiosamente todo (una abstracción, como dice Ramón Gaya, es hija del anhelo de bucear en el fondo de toda pintura).

Lo contingente de su trabajo hace posible la simultaneidad de lo tangible y de lo intangible, siendo esto último el soplo que invisible impulsa la energía necesaria, tanto en oleadas centrífugas como centrípetas.

Y tras unas fases previas de ejercicio del oficio -y aquí hay mucho- y de la capacidad para penetrar, todas ellas, con desparpajo y sintonía, desembocan en un tropel de clamores cromáticos que dinamizan oreando, estructurando e infundiendo ser a aquello que se enfrenta a nuestra mirada desde un orden plástico que ampara el encanto que se manifiesta a través de esa sinfonía coral.

Gaya expone la suposición de que en la pintura abstracta el color aspira a tanto goce vital como el que nos proporcionaron los venecianos y los impresionistas.

Álvarez Vélez es uno de los grandes abstractos de este país y ya forma parte de mi particular y personal selección, y en virtud de mi propia y exclusiva cuenta.

Repican a muerto en el malecón. Los cantos fúnebres nos envuelven en su patético adiós. Humberto y yo, en nuestra esquina, nos limitamos a beber ron con rencor y malos augurios.



5 de mayo de 2009

MANUEL RIVERA

Las telarañas de metal del artista granadino Manuel Rivera, ya desaparecido, excitan nuestra visión por la alegoría cósmica que entraña su estructura, su formulación tejida para abarcar y contener.

La fuerza que tensa y entreteje se amolda a una trama que no engaña si lo que urde es la manifestación plástica de una ficción que se mantiene encerrada en la propia red que ha ido trenzando.

Y también puede ser que una metamorfosis rompa la virtud de lo compacto, ahíto y agotado, para dar a luz las filtraciones, las urdimbres por las que se escapan los oscuros signos de la vida.

La virtud, entonces, ha perdido la inocencia en favor de unas transgresiones que construyen mallas donde depositar designios, vaticinios y profecías que ya no quedan en el olvido. Nuestra mirada estará con ellos para siempre.

Para hacernos perdonar nuestros pecados, Humberto y yo le prometimos al malecón que le pintaríamos su retrato como una afrodita helénica de rasgos y constitución mestiza. Era lo que estaba esperando para el levantamiento de su altar. Pero en mala hora se nos ocurrió. No había forma de encajar las piezas, salían asimetrías donde no debía de haberlas y viceversa, el culo se estiraba hasta la cabeza, las cejas en las puntas de los pies y a la pelvis le crecían pezones. El resultado final no engañaba a nadie, parecía una súcubo disfrazada de meretriz virgen. Cuando se lo presentamos, la deidad quedó encantada y nos premió ampliando el espacio de nuestra esquina. Bien es verdad que la suerte esta vez estuvo de nuestro lado, pues al malecón, al ser bizco, le salió ensamblada la figura en su visión y hasta se enamoró de ella.



4 de mayo de 2009

JUAN MUÑOZ

El escultor español, tristemente desaparecido, Juan Muñoz, está en el Reina Sofía. Allí han dispuesto un repertorio que conforma un macrocosmos incontrovertible que es el retrato de nuestro yo en otro.

Es un yo desplegado en un cónclave de silencios, de miradas recíprocas, de diálogos secretos y enmudecidos. Un nosotros escenificado como una dramaturgia estática, quieta, que nos domina y nos prefiere callados, sobrecogidos, con el estupor atónito del que empieza a creer por primera vez.

Juan Muñoz, a través de esas criaturas, tal guerreros de terracota, recrea una liturgia para los que están obligados a ver, a tocar, a volver a nacer, a no pedir palabras sino susurros huecos que reverberan en un eco que se pregunta quienes somos. Si acaso ellos que nos contemplan fijamente porque ya saben la respuesta.

Es más que una mera exposición, es la vida de un murmullo que no deja de latir.

El malecón nos señala a Humberto y a mí un rincón, harto de divisarnos recorriendo su ser agorero. El sitio es tan pequeño que según entrábamos en él ya estábamos saliendo. No podíamos sentarnos ni agacharnos, varias gaviotas nos cagaron y algunos perros nos mearon. Dos espléndidas mulatas, entre risas, nos preguntaron si éramos bajitos de sal. No tuvimos más remedio que presentar una queja pero sólo nos sirvió para que nos castigasen a vivir en silencio y sin ron. Siempre somos los mismos perdedores y además sedientos.



2 de mayo de 2009

JORGE PERUGORRÍA

Jorge Perugorría (Pichi) es conocido por su condición de actor cubano, pero no es tan sabida su calidad de pintor. Quizás, en una elucubración muy particular, se cansa de ser otro u otros y desea ser yo de vez en cuando, para lo cual se desdobla en sus habilidades y las intransferibles las vierte en una obra que no acata cánones ni reglas, sólo imaginarios que se remontan a la génesis de la isla.

Renueva raíces que se creían olvidadas, orígenes oscuros que siguen estándolo, tiempos que nunca se solidificaron porque no tenían naturalezas muertas que dejar como testimonio. Él percibe que abandonar tales huellas sin una consagración plástica es huir de un pasado que siempre estará presente. Por eso, hace constancia de este presente para que tenga futuro.

Y así camina en la persecución y culminación de un proyecto que nos ofrece un constante y febril misterio en las formas, en los delirios de una líneas que no se detienen, en un cromatismo que es puro asombro de que haya llegado hasta allí. Y es uno tras otro el que parece que está exigiendo dar testimonio en esas series que nunca deberían interrumpirse. No se producen cuestiones conceptuales ni controversias pictóricas, no tendrían lugar en este contexto, pero sí se otorgan encuentros a la mirada para que ésta se vea en ella misma, que es lo fundamental.

Humberto y yo recorremos las catacumbas del malecón. Nos quedamos admirados de tantos muertos como almacena. Con ellos se podría pintar otro infierno ¿pero qué calaveras serían las más idóneas? Imposible saberlo pues no nos quiso hablar ninguna.




30 de abril de 2009

HENRI MICHAUX

No me había conocido ni me había visto ni me vería nunca. Pero Henri Michaux, poeta y pintor belga, declaró que yo estaba predestinado a ser pintado por él.

Reconocía que acudía a la pintura cuando era incapaz de expresar con palabras, versos o rimas, las obsesiones y desmesuras que le acometían. Yo era una de ellas porque habitaba en un malecón taciturno, vivía entre sombras y tinieblas y solamente la penumbra aliviaba mis amarguras.

Después de un periodo de vivencias nocturnas a las que sacrificó el espíritu del dolor, urdió mi retrato como el de un superviviente que renacía día a día del fondo del vertedero en el que se depositan los desechos de ese malecón infame.

Sobrevivía a base despojos, nunca me alumbraba la luz y recitaba salmos de amor y odio a la oscuridad. Y aunque me había rescatado del anonimato, no se lo agradecí pues la clandestinidad de la negrura era el único refugio para no perder la existencia.

Humberto y yo estábamos airados por no habernos permitido la entrada en la cloaca. Nos dijeron que se amparaban en el derecho de admisión para denegárnosla, lo que hasta entonces nunca había ocurrido. Ahora tendremos que caminar a la luz del sol y quedaremos ciegos, me increpó Humberto. Pero mía no era la culpa, había que buscarla en una religión intolerante que no transigía en que los sumideros fuesen un asilo para los habitantes del crepúsculo.





28 de abril de 2009

JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ O LA SINFONÍA LUNAR

La fortuna y un oído en Babia me han deparado el conocimiento de un gran artista vasco y de una obra que no debería pasar tan desapercibida en los momentos actuales ni nunca.

Si el vacío no se puede pintar porque no es nada, sin embargo, José Álvarez Vélez sí puede llenarlo. Y lo ha hecho inundándolo del color múltiple y vaporoso con el que llenar nuestros deseos de vernos disueltos en esos torbellinos que roban la luz de sinfonías inéditas.

Su obra abstracta es única y tan mortífera y hambrienta que te permite vivir de ella y con ella, sin que necesite dar aliento a que todo lo opaco se haga transparente y a que los cielos no tengan donde residir si no es en sus espacios.

Sus manchas cromáticas no nos remiten a vaivenes de resentimiento o muerte, violencia o dolor, sino a conciertos de vida mesurada y a arterias y venas dotadas de una densidad de resplandor y penumbra, de anhelos deshabitados de tinieblas.

Álvarez Vélez, muy celoso de su obra como él mismo me ha reconocido, lo que no es de extrañar, deletrea un lenguaje que ama la vida, que la pinta con la obertura de nuevas notas que le son orquestadas a partir de una claridad que en principio sólo se desnuda para él y que para él es el cofre en el que atesora todo su caudal de magia imperecedera.

En conclusión, una gran gran obra que debe volver a estar expuesta en espacios públicos para disfrute de todo amante del arte.


Humberto pinta en el malecón seres sin cabeza. Al preguntarle la razón, me contesta que a ellas las ha dejado fuera para que sigan susurrándole. No lo he entendido pero también comprendo que es difícil adivinar la confesión que se establece entre el artista y su medio en una escollera que únicamente alimenta a barracudas.






27 de abril de 2009

ROBERTO FABELO

En esta ocasión he de comenzar con dos frases de la versada y lúcida Chantal Maillard. La primera es casi básica: "sin duda, el componente didáctico del arte estriba en saber elaborar cosas que han de ser recibidas con una sensibilidad inteligente". Y la segunda es más reveladora : "uno de los objetivos del artista del siglo XX era la de modificar la mirada".

Y con tal pretexto nos introducimos en la obra del gran artista cubano Roberto Fabelo, para cuya contemplación no es necesario ningún prolegómeno más ni tampoco un soliloquio desesperado.

En sus esculturas (enormes recipientes llenos de huesos, de utensilio de cocinas, de casquillos de balas, de desechos, etc., además de sus cucarachas humanoides) descontextualiza objetos y significados para imprimirles la verosimilitud artística de otros, que a través de esa metamorfosis se erigen en una declaración estética en defensa de la tierra, en un canto a la conservación y preservación de lo telúrico, y una mirada implacable sobre una humanidad más inclinada a la destrucción que a su exaltación.

En sus pinturas, por el contrario, ese género humano y animal se configura con una crueldad tierna, como un grupo de personajes, diría que arquetipos, obesos, histriónicos, deformes, tal que miembros de un orfeón de mudos que les toca cantar con la más fea.

Por eso, esos cuadros de texturas cromáticas tan ajustadas a lo representado son acordes con una línea expresionista derivada de una intencionalidad marcada por una historia ya marchita, en que lo esperpéntico abarca lo grotesco y lo extravagante.

Sin embargo, sus dibujos, de una técnica depuradísima, guardan una simetría de belleza clásica y de fantasía helenística (se me ha venido esta ocurrencia de repente), desarrollados sobre la base de un escenario del que el espectador debe disponer imaginariamente para encontrar en él la razón de esa quimera hecha realidad plástica.

Ante nuestra miseria y falta de medios, Humberto y yo, hoy, repartimos miradas en el malecón. Algunas son secretas, otras misteriosas; unas, insinuadoras, las más, seductoras, las menos, incitadoras; aquéllas, extenuadoras, éstas, acuciantes y sospechosas; las mejores, las intensas, las peores, las desesperantes. Al final se nos acercó un enviado del malecón que furioso procedió a nuestra expulsión por ser unos pervertidores. ¿De qué? nos preguntamos.Y en silencio nos dijimos que ya no quedan dioses capaces de perdonarnos y permitirnos beber un ron de penumbra.